La espiritualidad debería ser una dimensión más de nuestra vida, ssí como tenemos una biológica o social. Por eso, la idea de las tres R que debemos seguir en la vida, se torna cada vez más urgente: Eespeto a uno mismo, respeto a los otros y responsabilidad sobre nuestras acciones.
En este camino, cuando estamos nerviosos, enojados y de un ánimo oscuro, lo mejor que podemos hacer es practicar el silencio. Porque callar nos permite escuchar. Nos lleva a un espacio de encuentro con nosotros mismos en el que podemos entender mejor qué nos pasa y de dónde proviene nuestro malestar.
El silencio tiene múltiples beneficios.
Incluso beneficia la química del cerebro: Según un estudio, dos horas de silencio podrían crear nuevas células en la región del hipocampo, ese espacio vital relacionado con el aprendizaje, la memoria y las emociones.
¿Cómo practicarlo?
Actividades cotidianas como dar un paseo, permanecer en la cama unos minutos más luego de despertarnos o realizar algunos ejercicios de respiración después del entrenamiento pueden ser buenos métodos. Aunque la reina de estas técnicas es sin duda la meditación. Y por sobre todas las cosas, el silencio empieza por apagar los dispositivos electrónicos.
Todas estas son prácticas que, si se llevan a cabo con constancia y perseverancia, pueden llevar al crecimiento espiritual y a la transformación, del mismo modo que el ejercicio constante puede traer fuerza y salud.
Puede comenzarse con cinco minutos de silencio al día e ir alargando esos momentos. Se trata de aprender a disfrutar de nuestra propia compañía y de prestarle atención a la voz de nuestra conciencia. Como decía el filósofo chino Lao-Tsé, “el que conoce a los demás es sabio; el que se conoce a sí mismo está iluminado”