Por Guillermo Lobo
Es una de las disciplinas más requeridas del momento, pero hay regiones y ciudades donde la respuesta a estas derivaciones demora varios meses. Cuáles son los motivos de esta situación.
Alguna vez en la vida es probable que muchos de nosotros, sin ser locutores, docentes ni cantantes, hagamos una consulta a un fonoaudiólogo. Esta especialidad atiende a una gran variedad de trastornos vinculados tanto al área de la salud como de la educación.
Algunos de los problemas que son de su ámbito son la tartamudez, los retrasos en el desarrollo del lenguaje, las disfonías, los trastornos motores del habla y las pérdidas auditivas. Y esto marca la importancia que tiene, ya que todo lo que trata esta disciplina está directamente vinculado al lenguaje y a la comunicación, es decir, a una de las formas de expresión y de conexión con el mundo.
Por ejemplo, con su trabajo, los fonoaudiólogos cumplen un amplio espectro de trastornos como la discapacidad auditiva, que en la Argentina corresponde al 18% de todas las discapacidades.
“La fonoaudiología además de la realización de pruebas audiométricas se ocupa de la selección y adaptación de audífonos, de la selección calibración y adaptación de los implantes cocleares, de la rehabilitación auditiva y de la terapia auditivo-verbal. También de las alteraciones del sistema vestibular mediante la reeducación”, explica a Con Bienestar Inés Olloquiegui (M.N. 2.382), presidente de la Federación Argentina de Colegios y Asociaciones de Fonoaudiólogo (FACAF).
Es extenso el abanico de especialidades médicas que precisan el apoyo de un fonoaudiólogo para que el paciente logre superar los problemas que lo aquejan.
Lo cierto es que, desde hace ya unos años, se observa una gran demanda de consultas fonoaudiológicas en casi todo el país y para la atención de todas las áreas, pero el número de profesionales apenas alcanza a cubrir todas las necesidades. Existen regiones y ciudades donde la respuesta a estas derivaciones se demora varios meses y una consulta pediátrica puede tener una tardanza de… ¡hasta dos años!
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Durante la pandemia del COVID-19, la fonoaudiología también ha tenido y sigue teniendo mucha relevancia, ya que los pacientes con intubación orotraqueal prolongada tienen secuelas no solo en la función de tragar, también en la voz y la comunicación al igual que los pacientes traqueostomizados.
“Cuesta encontrar fonoaudiólogos y mucho más que se dediquen a los trastornos de la voz. En esta ‘era de las comunicaciones’, cada vez son más las patologías que aparecen por el mal uso, abuso y falta de técnica al utilizar la voz en general y en el medio virtual en particular. Con esto, tampoco la gente puede acceder a un entrenamiento preventivo para no enfermar de la voz. En fin, es un panorama desalentador”, se lamenta Iris Rodríguez (M.N. 64.010), médica especializada en Laringología y Fundadora de la Sociedad Argentina de la Voz.
La distribución, otro problema
Geográficamente, la distribución de profesionales se encuentra repartida en forma desigual. Hay menor presencia en las provincias del sur y norte argentino, y mayor concentración en la región central pampeana (Santa Fe, Entre Ríos, Córdoba, Ciudad Autónoma de Buenos Aires y Provincia de Buenos Aires) y región de cuyo (Mendoza, San Juan y San Luis).
Paula Caneda (M.P. 4.241) conoce la situación bien de cerca: atiende a 100 kilómetros de la Ciudad de Bahía Blanca y es la única fonoaudióloga del sector privado en la zona, “me sobran pacientes, es mi realidad.”, confiesa y remarca que se pone contenta cuando el paciente adulto o niño empieza a comunicarse.
“Cuando un chico con autismo que no tiene lenguaje hasta los seis años, en una videollamada te dice ‘Hola, Pau’… es muy emocionante. Y también es lindo cuando se puede dar el alta a un paciente que ya está bien, porque se le puede dar el lugar a otra persona o chico que necesita tratamiento”, admite.
Por qué faltan fonoaudiólogos
“Creemos que la causa es multifactorial, una formación académica importante de cinco años de carrera más residencia o concurrencias contra una remuneración económica no muy satisfactoria. Se suma el crecimiento de otras carreras nuevas, más tecnológicas, y tal vez la poca difusión de una profesión apasionante, poco conocida por su campo de acción”, reconoce Graciela Gaillard (M.N. 4.466), especialista del Hospital Pedro de Elizalde y presidenta de la Asociación de Fonoaudiólogos del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (AFOCABA).
Según el nomenclador de honorarios 2021 que publica el Colegio de Fonoaudiólogos de la Provincia de Buenos Aires actualizado a Enero de 2021, un tratamiento de lenguaje y comunicación en consultorio para un adulto se fija en unos $950 y en niños, $1100 como mínimo.
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Un test específico de evaluación neurolingüística en niños se fija en $1800, pero puede llevar unos cinco encuentros, todo depende del vínculo que se genere, hay que hablar con los padres y las evaluaciones son especiales. Además, hay que hacer el informe correspondiente.
“La baja de profesionales fonoaudiólogos no se trata solo de la falta de mano de obra, sino también del aumento de la frecuencia de patologías que afectan a la comunicación y al lenguaje infantil y de la existencia de una mayor alerta médica a la hora de derivar los niños a consulta. Veinte años atrás, raramente un niño era enviado al fonoaudiólogo por ausencia o retraso del lenguaje antes de los 3 o 4 años. Hoy las consultas se inician, en promedio, a los 2 años”, remarca Olloquiegui.
Para los profesionales de esta disciplina estar actualizados tampoco es tarea sencilla ni económica: para tomar ciertos test, hay que capacitarse y, según la orientación o el modelo, puede estar cotizado en pesos, desde cinco mil a quince mil, hasta valorizarse en dólares si la corriente es muy nueva y viene del exterior.
Cómo se despierta la vocación
“A lo largo de estos años y también como efecto de la pandemia, se fueron generando otros modos de pensar la elección de una carrera, profesión u oficio. Los cambios a nivel económico, político y cultural, sumado al éxito como imperativo de la época, han llevado a los jóvenes a replantearse la propia elección vocacional en este nuevo contexto; a cuestionar y reformular el concepto de “trabajo” y su mirada en relación con el futuro”, plantea Esteva Pilar (M.N. 61.411), integrante de la comisión de orientación vocacional del Colegio de Psicólogos de la Provincia de Buenos Aires Distrito XV.
Micaela Ghiorzo, de 21 años, sabía que quería trabajar con chicos y en la búsqueda de una carrera contempló ser psicopedagoga o psicóloga. Hasta que un día pasó la tarde en la casa de su tía fonoaudióloga y quedó encantada con la tarea que la vio hacer. Hoy cursa el segundo año de la carrera y se entusiasma no sólo con la amplia salida laboral sino con la amplitud de contenidos que ve en la cursada. “Ya me llegaron ofertas de trabajo para ejercer, pero no estoy tan avanzada para empezar”, se entusiasma. También relata que la escasez de profesionales se da a nivel mundial, ya que una conocida de su familia que vive en Nueva Zelanda, pudo conseguir un turno para su hijo con una demora de tres meses. Caneda coincide con este punto dado que trabajó unos años en Estados Unidos y también faltaban fonoaudiólogos.
“Yo elegí estudiar fonoaudología porque tiene todas las áreas que me interesan: voz, música, audición, lenguaje y terapéutica. Cuando empecé, no sabía de la falta de fonoaudiólogas, me di cuenta cuando en las clases del ciclo básico no tenía compañeros que siguieran mi carrera. La mayoría ingresaba a medicina, otros a farmacia y bioquímica, pero nadie a fonoaudiología”, cuenta Mariana Mazzeo, de 22 años que se encanta al detallar que una fonoaudióloga no solamente puede rehabilitar, sino que puede prevenir, diagnosticar y hacer trabajos de investigación.
“Cuando me reciba me imagino ejerciendo con mucha pasión. Hoy en día, no tengo decidida el área a la cual me quiero dedicar porque realmente todas me parecen apasionantes. Si sé que quiero dedicarme a la parte de rehabilitación de alguna de las áreas de la fonoaudiología, y estoy segura de que voy a seguir instruyéndome para poder ser la mejor profesional posible”, dice con confianza sobre una vocación que permite el acercamiento afectivo y cercano con los pacientes y sus familias, vivenciando la alegría de los logros y las superaciones cotidianas.