JUJUY A DIARIO

Argentina mejora su calidad de vida, pero sigue rezagada en ingresos

América Latina continúa siendo una región de contrastes. Mientras algunos países avanzan
hacia mayores niveles de bienestar y desarrollo humano, otros siguen atrapados en problemas estructurales que limitan el acceso a servicios básicos, la estabilidad económica y la seguridad. Las últimas mediciones internacionales sobre calidad de vida ofrecen una radiografía precisa de cómo viven los ciudadanos en distintos puntos del continente, ubicando a la Argentina en una posición intermedia, es decir, por encima del promedio regional, pero aún lejos de los estándares de los países más avanzados.

Según los últimos datos de Numbeo, Uruguay se consolida este año como el país latinoamericano con mejores condiciones de vida, con una puntuación de 139,8. Le siguen
Costa Rica (129,4) y Ecuador (128,5), naciones que han logrado combinar estabilidad política, políticas sostenibles y un equilibrio notable entre ingresos y costo de vida. México (126,3) y Panamá (124,4) completan el grupo de las economías más destacadas del ranking, impulsadas por un dinamismo económico sostenido y una mejora en la infraestructura urbana.

En un nivel intermedio se ubican Argentina (119,6) y Brasil (117,9), dos economías de peso
en la región que, pese a los desafíos económicos y sociales, mantienen indicadores relativamente favorables frente a sus pares latinoamericanos. Más abajo aparecen Colombia (108,8) y Chile (107,3), países que enfrentan crecientes dificultades en materia de seguridad y en el acceso a la vivienda. En el otro extremo, Bolivia (96,1), Perú (86,0) y Venezuela (76,7) cierran la lista, reflejando los efectos de la inestabilidad económica, la inseguridad y los déficits en servicios básicos sobre la vida cotidiana de sus habitantes.

Pero más allá de los números, el índice de Numbeo deja al descubierto una constante que
atraviesa a toda la región: las enormes brechas internas entre países, ciudades y clases sociales. Mientras las capitales tienden a concentrar mejores servicios de salud, educación y conectividad, los entornos rurales y suburbanos enfrentan rezagos significativos en infraestructura y oportunidades.

En ese contexto, la Argentina ocupa un lugar particular. De acuerdo con un informe elaborado por el centro Fundar en base al Índice de Desarrollo Humano (IDH) del PNUD, el país mantiene un desarrollo humano muy alto, con un puntaje de 0,865. Esta cifra no solo supera la media mundial (0,756) y la regional (0,783), sino que lo coloca a la par de países como Hungría y Uruguay. Sin embargo, la buena noticia se matiza al observar la evolución, ya que aunque el IDH argentino creció un 18% desde 1990, su ritmo de progreso fue menor que el de otras naciones que hace décadas estaban por detrás y hoy la superan, como Corea del Sur, España o Chile.

El desglose de los indicadores muestra que Argentina se sostiene gracias a su desempeño
en salud y educación, más que por su economía. En el componente educativo, el país pasó de un valor de 0,643 a 0,873 en tres décadas, un avance del 36% impulsado por la expansión de la cobertura escolar y universitaria. Hoy, de acuerdo al reporte, un niño argentino que inicia la escuela puede esperar completar hasta 19 años de escolarización, seis más que hace treinta años. Aún así, la calidad educativa enfrenta críticas, especialmente a la luz de los resultados internacionales que evidencian falencias en la comprensión lectora y matemática de los estudiantes.

En materia de salud, el índice mejoró de 0,794 a 0,883 (+11%), acompañado de un aumento de casi seis años en la esperanza de vida desde 1990. El país mantiene un sistema sanitario con cobertura mixta -pública, privada y de obras sociales- que, a pesar de las inequidades territoriales, logra sostener una atención accesible en términos regionales.

Este componente fue clave para mantener el nivel de desarrollo humano incluso durante los
períodos de crisis económica.

El punto más débil sigue siendo el económico. Desde 1990, el componente de ingreso del IDH apenas creció un 9%, con su mejor desempeño en 2011, cuando el ingreso per cápita medido por el PNUD era un 12% superior al actual. La inestabilidad macroeconómica, la inflación persistente y la pérdida de poder adquisitivo erosionaron los avances logrados en otras áreas. Este estancamiento explica, en parte, por qué la Argentina perdió posiciones en el ranking global de desarrollo humano desde mediados de los años sesenta, cayendo del vigésimo al trigésimo puesto.

En medio de este panorama, el país conserva un nivel de vida superior al promedio latinoamericano. Según la Economist Intelligence Unit, Buenos Aires fue reconocida en 2025 como la mejor ciudad para vivir en América Latina. Su infraestructura, la amplia oferta cultural, el sistema educativo, el acceso a la salud y sus espacios verdes la colocan por encima de capitales como Santiago de Chile, Montevideo, San Juan de Puerto Rico y Lima.

A nivel global, el liderazgo de Copenhague y otras ciudades nórdicas en calidad de vida muestra hasta qué punto el bienestar depende de la estabilidad institucional, la equidad social y la planificación urbana sostenida en el tiempo. América Latina, por el contrario, continúa enfrentando desafíos estructurales que frenan su convergencia con los países desarrollados: desigualdad, inseguridad, informalidad laboral y sistemas políticos inestables.

El escenario regional invita a reflexionar sobre el rumbo del desarrollo. Los países que hoy lideran la calidad de vida -Uruguay, Costa Rica y Ecuador- lo hacen gracias a políticas de largo plazo centradas en la inclusión y la sostenibilidad. Si la Argentina logra retomar ese camino, equilibrando su potencial humano con estabilidad económica y confianza institucional, podría recuperar el protagonismo que alguna vez tuvo en el concierto latinoamericano.

La pobreza y el desafío de mejorar la calidad de vida

La calidad de vida de un país no solo se mide por el acceso a la educación, la salud o el bienestar urbano. También depende, y en gran medida, de la capacidad de garantizar que sus ciudadanos puedan cubrir sus necesidades básicas. En Argentina, ese desafío se expresa en las cifras de pobreza, un indicador que sigue marcando la agenda social y económica del país, y que representa una de las principales barreras para consolidar los avances en desarrollo humano.

Según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), correspondientes al primer semestre de 2025, la pobreza en los principales centros urbanos se ubicó en el 31,6%. La cifra, aunque elevada, representa una mejora significativa respecto del año anterior. Si se extrapola al total del país, equivale a 15,05 millones de personas en situación de pobreza y 3,39 millones en la indigencia. En comparación con el cierre de 2023, cuando asumió el actual gobierno, hay 4,48 millones de pobres y 2,29 millones de indigentes menos.

El dato adquiere mayor relevancia si se observa la tendencia. Desde el pico registrado en la
primera mitad de 2024, cuando la pobreza alcanzó a casi 25 millones de argentinos tras el
impacto del salto devaluatorio, unos 9,9 millones de personas lograron salir de esa condición. Hoy, la tasa es la más baja desde el primer semestre de 2018, cuando se situó en 27,3%. También la indigencia, con 6,9% de la población, alcanza su menor nivel desde fines de ese mismo año.

El informe del Indec, titulado “Incidencia de la pobreza y la indigencia en 31 aglomerados
urbanos”, ofrece una radiografía que complementa la mirada sobre la calidad de vida: el 24,1% de los hogares del país vive por debajo de la línea de pobreza y el 5,6% por debajo de la de indigencia. En total, son más de 2,4 millones de hogares con dificultades para acceder a bienes y servicios esenciales, y más de medio millón en condiciones de extrema vulnerabilidad.

En ese sentido, no son pocas las familias que recurren a préstamos para subsistir, cubrir gastos básicos o afrontar imprevistos, una práctica que alivia temporalmente la falta de ingresos, pero que también puede generar un círculo de endeudamiento y precariedad si no se realiza con el conocimiento necesario.

Todo esto pone en evidencia que la recuperación de la calidad de vida en la Argentina no puede medirse solo en términos de desarrollo humano o urbanismo. La pobreza actúa como una frontera invisible que limita el potencial educativo, sanitario y laboral de millones de personas. Reducirla de manera sostenible implica mucho más que una mejora coyuntural, requiere estabilidad macroeconómica, generación de empleo formal y políticas que traduzcan el crecimiento en bienestar real. Solo entonces el progreso medido en índices podrá reflejarse en la vida cotidiana de todos los argentinos.

Fuente: Federico Cerutti

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